martes, 9 de febrero de 2010

Las ciudades y su inconclusión

Hace siete años compré en una mesa de saldos (¡qué lindas que son!) "Todo lo sólido se desvanece en el aire-la experiencia de la modernidad" de Marshal Berman. Fue en el 2003. Sé la fecha exacta ya que lleva mi firma y el '03 en la primera página del libro (a veces se cuelan esas tradiciones paternales). Berman es un pensador norteamericano que bien podríamos ubicar en una protesta por NY junto a dos Susanas (ni la Gimenez, ni Romero, sino Sontag y Sarandon). Bueno, con la Sontag ya no.
El libro es uno de los más reconocidos del marxista, y no necesita ninguna reseña más que su título. Al margen, tiene la dedicatoria más bajonera que leí en mi vida. Cito: "Poco después de terminar este libro, mi querido hijo Marc, de cinco años, me fue arrebatado (...)Su vida y su muerte acercan al hogar muchos de los temas e ideas del libro: la idea de que los que están más felices en el hogar, como él lo estaba, en el mundo moderno pueden ser los más vulnerables a los demonios que lo rondan; la idea de que la rutina cotidiana de los parques y las bicicletas, de las compras, las comidas y las limpiezas, de los besos y los abrazos habituales, puede ser no sólo infinitamente gozosa y bella sino también infinitamente precaria y frágil; que mantener esta vida puede costar luchas desesperadas y heroicas, y que a veces perdemos. Ivan Karamazov dice que, más que cualquier otra cosa, la muerte de un niño lo hace querer devolver su boleto al universo. Pero no lo devuelve. Sigue luchando y amando; sigue adelante”. 

El mazazo de honestidad que uno recibe de entrada atraviesa toda la obra. Como en el capítulo donde se refiere al proyecto urbanista de Robert Moses quien cambió radicalmente la gran manzana. El Bronx, donde se centra el análisis de Berman, pasó de ser un enclave habitable a una maraña de autopistas y construcciones. Imagino esos dibujitos animados de los '40 que nos mostraban un futuro esterilizado. El autor tiene la inteligencia de no ser nostálgico, solo un tanto melancólico (ve lo mejor del pasado tratando de llevarlo a su tiempo).
Recorrer Buenos Aires es una experiencia menos ordenada pero igual de enriquecedora. Es sabido, BA más que una ciudad proyectada es una sucesión de planes interpuestos. Así vemos, todavía en pie, vestigios de una "época dorada" como el edificio de Aguas Argentinas o la estación de tren de Retiro con su ingeniería británica (su contracara sería la peronista Urquiza). Es así, entremezclado, encabronado, enrarecido, enamorado el cemento con la historia. El complejo San Martín, la cancha mundialista de Velez, las plazas y autopistas de Cacciatore, el hoy hypeado barrio Los Andes de Chacarita (concebido por Fermín Bereterdibe como viviendas para los obreros). Pregunto, del presente quedará en pie alguno de esos edificios con sum y pielta que tienen como "marca" unas esculturas de tangueros. ¿Cuánto de inconclusión o realización hay en este menjunje?

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