lunes, 18 de abril de 2011

Algo que estoy escribiendo


En el hospital Martín Vulpes esperaba toparse con “el oleaje”, ese consomé de desinfectantes y puré de batata que abunda en los centros de salud. Pero no. Ese domingo primaba el aroma, y el ritmo, de una escuela durante el verano, un abandono enorme y familiar cual Pantagruel dormido. Agustín iba por delante de los otros tres a paso seguro y rápido. Sus noventa quilos peso crucero se movían con garbo por los pasillos. Las puertas se abrían una tras otra, ¡paf!, golpeaban contra la paredes en un perfecto juego cinético, ¡paf!, hasta que llegaron a una pequeña sala a media luz. Un tipo baldeaba.  

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