domingo, 5 de diciembre de 2010
Algo que estoy escribiendo
Era inevitable. Siempre se le escurrían por algún resquicio para terminar en el vértice final de sus abrigos. Lo mismo sucedió esa madrugada con la chaqueta marrón nueva…usada, obvio que el forro iba a tener algún tajo. Y por ahí se fue a colar el cospel de subte. Martín los odiaba en toda su amplitud. De aluminio pero pesaban menos que un alma. Con bordes pequeños pero no tanto como para usarlos de destornillador. Hasta uno podía comérselos, proteínas un carajo, ni mal hacían. Del esófago al recto sin escalas. En la secundaria los había usado para el fulbito con los dedos, aunque ese tiempo había quedado atrás. Eran, a su entender, un invento tanto o más pelotudo que el punto macramé.
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