Martín perdió el interés en la proyección. Los gemidos de la pareja que tenían enfrente eran cada vez mayores; Patricio y Pablo les chistaban todo el tiempo para molestarlos: su respuesta era la indiferencia y el goce. Con dificultad, eso sí, Martín cavilaba sobre si ‘Una pareja explosiva’ reunía los méritos suficientes para sumarse a la lista de películas con “secuencia de correr”. La mecánica humana que encuentra una verdad en lo cinético.
“Mmm, no”, decretó tras 10 minutos de reflexión. Sus corridas eran divertidas pero demasiado coreografiadas. Dustin Hoffman huyendo en solcilloncas de unos nazis en ‘Maratón de la muerte’. ¡Eso es correr con cagazo! Al Pacino en una de abogados. Acaban de matar a un cliente suyo, está nervioso como siempre desde ‘Tarde de Perros’, ve a unos que van en jogging por un parque y los empieza a perseguir, va en trance, alucinado, en mocasines, saco y corbata. La secuencia final de ‘Expreso de medianoche’. Ahí el protagonista corre despacito, con los hombros levantados, se frena al ver un jeep militar, y luego sale en un pique con salto incluido. No hay cortes ni acercamientos de zoom en la escena, el espectador asiste a la huída de espaldas al protagonista pero puede sentir el terror y las ansias de libertad del reo disfrazado de cana turco. La música de Giorgio Moroder insufla la cosa a un nivel insospechado. En ‘Cuenta conmigo’, Gordie Lachance debe correr dos veces por su vida: la primera huye de un perro bien malo y la segunda de ser arrollado por un tren en una carrera con obstáculos (el puente y el gordito de Vern). No puede dejarse de mencionar a Stallone. Se clava un desayuno de campeones -esos huevos sepia, revueltos, crudos- y a correr: El ta na naaaaa/ta na naaaaa son las piernas del boxeador. Más trascendentes que las escaleras del Museo de Arte de Filadelfia, que todos los “Adriaaaaaanne” futuros; y si se presta atención se lo llega a oir en 'Rambo'. El boina verde psicótico se fuga a puro mano a mano con esos rednecks con placa policial. Baja las escaleras de la estación, y pumba, le zampa un bofe a uno que iba en su motocross lo más pancho. Y el enfermo se va haciendo willy.
En esos films, había excitación, pavura sudorosa, concentración sin dudas, en todas un alumbramiento, una imperfección que las volvía más humanas. Algo que buscó por todos los medios ‘Carrozas de Fuego’, con ese punch en cámara lenta y el bombeo -tan artificial como glorioso- de Vangelis. La llama interna que cualquier película con lección de vida retomaría hasta volverla pueril.
Pero Martín nunca sería Hoffman, Pacino, Stallone y el resto de los que en el cine tuvieron su “secuencia del correr”. Tampoco se llamaría Kowalsky. Pero no el que cruza Estados Unidos en un Dodge Challenger. Ése es otro. Hablo del que se escapa de polizeis que le gritan ¡Achtung!. Luego se para con honra frente a sus captores. Sólo para que los alemanes descarguen su metralleta en el medio de una fría noche en la frontera con Francia. Si se salva no lo sabremos nunca. Es la mejor película jamás hecha.