-No te podés cambiar de cuadro -avisa el petiso de no más de cinco años que pasa a mi lado-
-No me cambié de cuadro, me cambié de club. Me fui al Villa Malcolm -responde el otro-
-Pero de cuadro no, ¡eh! -se planta verbalmente el primero sin dejar de correr-
La máxima diferencia entre los dos era el color de la pelota bajo sus pies. Eran de plástico y pequeñas -del tamaño de la pulpo pero se las notaba más livianas-. Una era negra y la otra azul.
-Te juego una carrera hasta la esquina.
-Dale.
(No escucho cuál de los dos lo dice cada cosa)
-1, 2, 3.
Y salen.
Mientras la calle ofrezca cosas así, queda esperanza -al menos te alegran el día-.
-No me cambié de cuadro, me cambié de club. Me fui al Villa Malcolm -responde el otro-
-Pero de cuadro no, ¡eh! -se planta verbalmente el primero sin dejar de correr-
La máxima diferencia entre los dos era el color de la pelota bajo sus pies. Eran de plástico y pequeñas -del tamaño de la pulpo pero se las notaba más livianas-. Una era negra y la otra azul.
-Te juego una carrera hasta la esquina.
-Dale.
(No escucho cuál de los dos lo dice cada cosa)
-1, 2, 3.
Y salen.
Mientras la calle ofrezca cosas así, queda esperanza -al menos te alegran el día-.
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