Si de algo ha servido el Bafici, es de poner en primer plano cierto tipo de historias -como Ocio o Los Paranoicos- donde el rock deja de ser un color, una banda sonora, o es filmado de oído, para volverse el motor en sendos portarretratos generacionales. Este año, hay tres películas de este tipo seleccionadas para la Competencia Oficial Argentina. Todas óperas primas de directores sub30 del interior.
Juanma Brignole concibió Mis sucios tres tonos como un homenaje a Posadas y a su propio entorno. “Siento que ahí me muevo bien. Es un poco el clisé de pinta tu aldea”, explica con su tonada misionera intacta. “La filmé pensando como si la cámara fuese uno más en el medio de una salida de mis amigos durante la secundaria”. En esa noche, el grupo tiene pensado ir a un recital de Fun People. Será la última salida ya que uno de ellos se irá de Misiones para seguir su camino en Capital. “Todo transcurre en los márgenes, porque así lo vivía yo -explica-. Mi intención fue filmar con la pulsión que tenía a los 16 años, sobre lo que sentía cuando venía una banda de Buenos Aires, para nosotros era como que vinieran los Stones y una excusa para andar juntos”. En ese deambular aparecen remeras de 2Minutos, escaramuzas en la puerta de un local y sexo. Todo huele -y se ve- con espíritu adolescente. Sin embargo, que apareciese Fun People era una de las dos variantes que manejaba el realizador. “Eran ellos o Flema, mis dos bandas favoritas por entonces, pero por las razones obvias, no podíamos contar con Ricky Espinosa. Me gusta lo anacrónico de la peli, que no se ahonde en la fecha. Es a finales de los ’90 y para entonces Fun People no existía más”. ¿Aparece pues Nekro? “No quiero contar mucho, pero llegué a pensar en ponerme una peluca con rastas rubias, por suerte no fue así”, seduce Brignole.
Si bien el largo exuda lo que propone su título (extracto de la letra de ‘Punk Rock sobre
Beethoven’ de Flema), algo singular es que prácticamente no tiene música. “Me causa gracia que al principio hay unos pibes haciendo skate mal, otros juegan al fútbol y se les pincha la pelota, no pueden entrar al recital, lo escuchan de afuera. Mi adolescencia era toda así, pero sé que sin la música, ese momento hubiese sido una verdadera mierda”, confiesa. Lo que sí hay es mucha filosofía del “hazlo tú mismo” y pronto. De hecho, Brignole tiene como referente a Raúl Perrone, el mandamás local en ese tipo de registro. “Es cine loco dejate de dar tantas vueltas y salí a filmar. Esta película tenía que filmarla entonces o no la filmaba más, sé que ahora ya no la puedo hacer, ya cambié”, se sincera.
El espacio entre los dos se mueve en la misma senda, pero troca Misiones por las afueras de Córdoba y a la banda de amigos por un grupo de pop rock. “Tenía la necesidad de contar el traspaso de cierto momento de la juventud”, cuenta Nadir Medina, su director. Al igual que Brignole reconoce como influencia a Ezequiel Acuña y Andrew Bujalski, dos números puestos en eso de captar la adolescencia. Tras dar un recital, los integrantes de Mala de Álvaro deciden pasar la noche juntos. Malena, Pablo y Tomás, charlan, beben y son conscientes de que se enfrentan a algo que todavía no pueden manifestar bien qué es. “Es la conformación de un triángulo amoroso bastante extraño, la cámara los va siguiendo hasta el mediodía, se ven todos los estados de ánimo de uno de ellos, está confundido”, dice el realizador. La música será el cuarto integrante. “Más allá de la historia, y del rock, quería contar sobre la música como un factor de unión -señala- había pensado una onda, y apareció Francisco Kreiman, el hermano del protagonista que justo había sacado un CD, y compuso algunas canciones especialmente”.
Atención productores a la caza de concursos, becas y premios. Una novedad de El espacio entre los dos fue su producción colectiva y novedosa. “Se sumaron todos, los actores, los técnicos, e iniciamos una campaña de crowd funding. La movida nos pareció súper interesante y decidimos adaptarlo a nuestras necesidades. Abrimos una página de Facebook y corrimos la bola entre los nuestros. Aportaron de 10 a 300 pesos, y así logramos financiarla. Es un poco el espíritu que tiene la película”, repara Medina.
Al cielo, de Diego Prado y con guión de Maria Eugenia Cortajerena, cuenta la historia de Andrés: Un estudiante secundario platense seguidor de una banda cuyo líder acaba de fallecer. “La idealización, arriba del escenario o después de muertos, y su relación con el aura de las figuras religiosas, el fanatismo, los sentimientos que despiertan; Pagani, el rockero de la película, representa un poco eso para Andrés”, repasa la guionista. El director confiesa que no se basó en ningún músico en particular. Pero “le pareció interesante” reconstruir su muerte a partir de material de archivo de la muerte de músicos reales para forzar los límites entre ficción y documental. “Eso le imprime cierto status de icono”, señala. Andrés, criado en el seno de una familia católica del barrio de Tolosa, plasma sus dudas entre el ídolo rockero muerto y la parroquia a dónde asiste. Para canalizar la efervescencia hormonal y sus disyuntivas aparecerá otra banda; Andrés no sabe -o sabe perfectamente- si lo que lo seduce es su música o uno de sus integrantes.
Al Cielo no le huye a la historia rockera de La Plata aunque tampoco abusa de guiños. Cortajerena cree que la historia podría pasar en cualquier otro lugar y el director utilizó ese background para concebir al protagonista “Si por algo se caracterizan las bandas de La Plata es por transgredir constantemente los esquemas”, remata.
Algo ha cambiado desde que Eddie Pequenino se pusiera a cantar en la iniciática Venga a bailar el rock. Ya no más de esas ficciones aleccionadoras con la asociación de roquero = reviente. El rock pasó a ser la válvula de cierta urgencia. Los entrevistados se muestran entusiasmados por la amplia recepción en el festival de estos films. “El Bafici siempre tuvo un poco ese criterio, pero me pareció buenísimo que se inclinen por este tipo de películas rockeras y con mucha libertad”, dice Medina. “Puede haber un lindo complemento, yo hablo desde el lugar del seguidor, no es sobre Fun People, es sobre un grupo de pibes que van a ver a Fun People. No vi las otras dos, pero al ser óperas primas me imagino que tienen mucho rock encima”, especula Brignole. Juanma Brignole concibió Mis sucios tres tonos como un homenaje a Posadas y a su propio entorno. “Siento que ahí me muevo bien. Es un poco el clisé de pinta tu aldea”, explica con su tonada misionera intacta. “La filmé pensando como si la cámara fuese uno más en el medio de una salida de mis amigos durante la secundaria”. En esa noche, el grupo tiene pensado ir a un recital de Fun People. Será la última salida ya que uno de ellos se irá de Misiones para seguir su camino en Capital. “Todo transcurre en los márgenes, porque así lo vivía yo -explica-. Mi intención fue filmar con la pulsión que tenía a los 16 años, sobre lo que sentía cuando venía una banda de Buenos Aires, para nosotros era como que vinieran los Stones y una excusa para andar juntos”. En ese deambular aparecen remeras de 2Minutos, escaramuzas en la puerta de un local y sexo. Todo huele -y se ve- con espíritu adolescente. Sin embargo, que apareciese Fun People era una de las dos variantes que manejaba el realizador. “Eran ellos o Flema, mis dos bandas favoritas por entonces, pero por las razones obvias, no podíamos contar con Ricky Espinosa. Me gusta lo anacrónico de la peli, que no se ahonde en la fecha. Es a finales de los ’90 y para entonces Fun People no existía más”. ¿Aparece pues Nekro? “No quiero contar mucho, pero llegué a pensar en ponerme una peluca con rastas rubias, por suerte no fue así”, seduce Brignole.
Si bien el largo exuda lo que propone su título (extracto de la letra de ‘Punk Rock sobre
Beethoven’ de Flema), algo singular es que prácticamente no tiene música. “Me causa gracia que al principio hay unos pibes haciendo skate mal, otros juegan al fútbol y se les pincha la pelota, no pueden entrar al recital, lo escuchan de afuera. Mi adolescencia era toda así, pero sé que sin la música, ese momento hubiese sido una verdadera mierda”, confiesa. Lo que sí hay es mucha filosofía del “hazlo tú mismo” y pronto. De hecho, Brignole tiene como referente a Raúl Perrone, el mandamás local en ese tipo de registro. “Es cine loco dejate de dar tantas vueltas y salí a filmar. Esta película tenía que filmarla entonces o no la filmaba más, sé que ahora ya no la puedo hacer, ya cambié”, se sincera.
El espacio entre los dos se mueve en la misma senda, pero troca Misiones por las afueras de Córdoba y a la banda de amigos por un grupo de pop rock. “Tenía la necesidad de contar el traspaso de cierto momento de la juventud”, cuenta Nadir Medina, su director. Al igual que Brignole reconoce como influencia a Ezequiel Acuña y Andrew Bujalski, dos números puestos en eso de captar la adolescencia. Tras dar un recital, los integrantes de Mala de Álvaro deciden pasar la noche juntos. Malena, Pablo y Tomás, charlan, beben y son conscientes de que se enfrentan a algo que todavía no pueden manifestar bien qué es. “Es la conformación de un triángulo amoroso bastante extraño, la cámara los va siguiendo hasta el mediodía, se ven todos los estados de ánimo de uno de ellos, está confundido”, dice el realizador. La música será el cuarto integrante. “Más allá de la historia, y del rock, quería contar sobre la música como un factor de unión -señala- había pensado una onda, y apareció Francisco Kreiman, el hermano del protagonista que justo había sacado un CD, y compuso algunas canciones especialmente”.
Atención productores a la caza de concursos, becas y premios. Una novedad de El espacio entre los dos fue su producción colectiva y novedosa. “Se sumaron todos, los actores, los técnicos, e iniciamos una campaña de crowd funding. La movida nos pareció súper interesante y decidimos adaptarlo a nuestras necesidades. Abrimos una página de Facebook y corrimos la bola entre los nuestros. Aportaron de 10 a 300 pesos, y así logramos financiarla. Es un poco el espíritu que tiene la película”, repara Medina.
Al cielo, de Diego Prado y con guión de Maria Eugenia Cortajerena, cuenta la historia de Andrés: Un estudiante secundario platense seguidor de una banda cuyo líder acaba de fallecer. “La idealización, arriba del escenario o después de muertos, y su relación con el aura de las figuras religiosas, el fanatismo, los sentimientos que despiertan; Pagani, el rockero de la película, representa un poco eso para Andrés”, repasa la guionista. El director confiesa que no se basó en ningún músico en particular. Pero “le pareció interesante” reconstruir su muerte a partir de material de archivo de la muerte de músicos reales para forzar los límites entre ficción y documental. “Eso le imprime cierto status de icono”, señala. Andrés, criado en el seno de una familia católica del barrio de Tolosa, plasma sus dudas entre el ídolo rockero muerto y la parroquia a dónde asiste. Para canalizar la efervescencia hormonal y sus disyuntivas aparecerá otra banda; Andrés no sabe -o sabe perfectamente- si lo que lo seduce es su música o uno de sus integrantes.
Al Cielo no le huye a la historia rockera de La Plata aunque tampoco abusa de guiños. Cortajerena cree que la historia podría pasar en cualquier otro lugar y el director utilizó ese background para concebir al protagonista “Si por algo se caracterizan las bandas de La Plata es por transgredir constantemente los esquemas”, remata.
Mi sucios tres tonos: 13 de Abril, a las 23 hs en el Hoyts 3 del Abasto Shopping. 15 de
abril, a las 13:00 hs en el Centro Cultural San Martín. 19 de abril, a las 13:15 hs en el
Arteplex Belgrano.
El espacio entre los dos: 18 de abril, a las 21:00 hs en el Hoyts 5 del Abasto Shopping. 19 de abril, a las 13:45 hs en el Hoyts 12 del Abasto Shopping. 22 de abril, a las 19:15 hs en el Centro Cultural San Martín.
Al cielo: 17 de abril, a las 22:45 hs en el Hoyts 11 del Abasto Shopping. 18 de abril, a las 16:15 hs en el Hoyts 11 del Abasto Shopping. 22 de abril, a las 19:45 hs en el Hoyts
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Yo inconcluseo, tú ¿inconcluseas?