Patricio era el más callado de Los Marselleses,
con quien Martín se sentía más a gusto para charlar. Seguro de sí mismo,
creativo y circunspecto, combinaba aquellas características con una mirada de
hiel y la vestimenta de los Beatles en Hamburgo. Lo suyo era el autocontrol y
una seriedad constante que podía quebrar con una carcajada negra, sardónica,
fuerte. Martín lo admiraba porque en ese rictus no había impostación. Era,
además, el único que podía ganarle a Ringo en la rapidez de respuesta. Porque
cuando hablaba: desenfundaba. Como aquella vez que transformó el lodazal en
victoria. Tiempo atrás había tenido una experiencia sexual con un tipo. El
grupo había estado en la fiesta pero la borrachera había dejado inconsciente a
varios, Patricio, en cambio, tenía el aguante de un leñador. Contó la historia al
grupo, negándose a transformar “algo trascendente en un simple chisme”. Los
detalles de la mamada le significaban una epifanía, pero Ringo creyó oportuno desconfiar
de su palabra interrumpiéndolo.
-¿Vos? ¿Con una copa de vino en la mano,
tranca, y el tipo trabajando?
-El tipo eras vos Ringo -dijo y rió secamente-
pero dejá, sos olvidadizo.