Se fue Chuck Berry. Un pequeño homenaje al primer gran cabrón del rocanrol. Es un extracto de mi próxima novela.
"En 1993, Chuck Berry se presentó en el estadio de Obras. Era su primer show en la Argentina y uno de los primeros a los que asistí con unos compañeros del secundario. No importaba qué música te gustara, se trataba del recital del tipo que había encendido la llama del rocanrol. Tampoco que estuviera en decadencia. Ni que tocara dos veces School Days, producto de su memoria gastada. El mito estaba ahí. Chuck Berry. El progenitor cósmico de Keith Richards. Al que le gustaban las chicas blancas cuando aún estaban en vigencia las leyes segregacionistas. El que estuvo preso en sus mejores años. El que se había ganado el panteón con la intro de Johnny B. Goode. Vi el recital bien adelante, pegado a las vallas. Antes del último tema, Berry le indicó a los mastodontes de seguridad, que hicieran subir a algunos espectadores. Bastó que yo levantara la mano para que un morocho macizo me alzara del brazo y lanzara al escenario. Ya éramos cerca de diez los que cercábamos a Berry. El pacto era claro, aplaudir al ídolo siguiendo el ritmo, “¡no touching!” nos decía tapando el micrófono mientras seguía tocando la guitarra, y para dejar más en claro el mensaje, tiraba besitos endemoniados, con su bigote anchoa enjuagado de sudor, y te clavaba esos ojos con mil venas enrojecidas en sus retinas. “Keep away from me, whitey!”, se podía leer en su mirada. Así que te limitabas a aplaudir, bailar y que los focos siguieran apuntando a él".
"En 1993, Chuck Berry se presentó en el estadio de Obras. Era su primer show en la Argentina y uno de los primeros a los que asistí con unos compañeros del secundario. No importaba qué música te gustara, se trataba del recital del tipo que había encendido la llama del rocanrol. Tampoco que estuviera en decadencia. Ni que tocara dos veces School Days, producto de su memoria gastada. El mito estaba ahí. Chuck Berry. El progenitor cósmico de Keith Richards. Al que le gustaban las chicas blancas cuando aún estaban en vigencia las leyes segregacionistas. El que estuvo preso en sus mejores años. El que se había ganado el panteón con la intro de Johnny B. Goode. Vi el recital bien adelante, pegado a las vallas. Antes del último tema, Berry le indicó a los mastodontes de seguridad, que hicieran subir a algunos espectadores. Bastó que yo levantara la mano para que un morocho macizo me alzara del brazo y lanzara al escenario. Ya éramos cerca de diez los que cercábamos a Berry. El pacto era claro, aplaudir al ídolo siguiendo el ritmo, “¡no touching!” nos decía tapando el micrófono mientras seguía tocando la guitarra, y para dejar más en claro el mensaje, tiraba besitos endemoniados, con su bigote anchoa enjuagado de sudor, y te clavaba esos ojos con mil venas enrojecidas en sus retinas. “Keep away from me, whitey!”, se podía leer en su mirada. Así que te limitabas a aplaudir, bailar y que los focos siguieran apuntando a él".